Si la poesía fuese una ciudad, con sus avenidas de estruendo y sus callejuelas tortuosas, la poesía de Rafael de Penagos sería una plaza. No una plaza de arquitectura apabullante, pensada para las arengas y el tráfago vocinglero, sino más bien una plaza recoleta, hasta la que sólo llegan los paseantes más ariscos de los caminos trillados; una plaza bendecida por el sol, serena de jardines, huida del asfalto, donde aún es posible ensanchar el alma.
lunes, 1 de marzo de 2010
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