El mismo pueblo que era un portento de progresismo y modernidad cuando eligió al primer presidente afroamericano, se ha transformado ahora en un hatajo de fanáticos ultraconservadores sin remedio.
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La vitalidad de la democracia americana, que es la vitalidad de su sociedad civil, su capacidad para aprender de la experiencia, corregir errores y generar contrapesos al poder, resultan aquí fenómenos extraños. En vano se los intentará introducir en los esquemas simplistas y maniqueos al uso. Pero no hay nada que hacer. Nos separa mucho más que un océano. Y es que tan raros son los ciudadanos de EEUU que, en lugar de creer en los Gobiernos, creen en ellos mismos.
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