martes, 10 de mayo de 2011

Pedreña

Alfonso Ussía en La Razón

Los hay que miran a Pedreña desde Santander y los que sólo reparan en Santander desde Pedreña. Las traineras y el golf le conceden a Pedreña un «estatus» de territorio independiente de su propia bahía. Los pedreñeros fueron los primeros en mojarles la oreja a remazos a los remeros vascos. Después vinieron los de Astillero y Castro Urdiales, pero la referencia de las traineras montañesas es Pedreña. Y en Pedreña se encuentra uno de los campos de golf más prodigiosos de España. Allí las familias Sota y Ballesteros, unidas y mezcladas en sangres y raíces. Ahí empezó de «caddy» el niño Severiano, hermano de Baldomero y sobrino de Ramón. Severiano era de los que miraban siempre a Santander desde Pedreña, esa visión fantástica que divide en dos partes la lengua amarilla del Puntal. La bahía de Santander cambiaría de paisaje sin las pedreñeras, que van y vienen durante todo el día cada hora de Puerto Chico o el Marítimo hasta la costa verde remera y golfista del principado de Ballesteros, que así habrá que llamarlo de ahora en adelante.

Fue «caddy», como su tío, el gran Ramón Sota, como su padre, también remero de trainera vencedora. Y con veintidós años se convirtió en el milagro, en el mejor jugador de golf del mundo, ya principiada la decadencia, eso sí, lentísima, de Jack Nicklaus, Gary Player y Tom Watson. Gracias al formidable pedreñero, Europa se reunió, con anterioridad a los diferentes tratados políticos, para competir con los Estados Unidos por la Ryder Cup. Todos los jugadores europeos y americanos han reconocido que sin Severiano, esa rivalidad que hoy se vive habría sido imposible. Lo dijo Colin Montgomerie cuando se enteró de la muerte de Seve. «Siempre fue nuestro capitán, incluso desde la cama mientras luchaba contra el cáncer». Seve animó a jugar. Se construyeron campos en toda España y de su maestría surgieron los Piñeiro, Cañizares, y sobre todo, Olazábal, que ganó como él, dos «Masters» de Augusta. Seve, también campeón de dos «British Open» fue tenido por los ingleses como suyo, y en las islas era más querido y admirado que en su amada y envidiosa España.

Tenía un carácter montañés puro. Era leal, sincero, acogedor y bronco. La Montaña de Cantabria cambia de soles y luces luminosas a nubes cimarronas y vientos fuertes, nortazos inesperados. Después, la calma y la sonrisa. «Seve» o «Sevvy» –como le decían en Inglaterra–, se hacía querer por su lealtad consigo mismo, su empuje, su franqueza y su arrolladora simpatía cuando no le amenazaban los vientos traidores. Era amigo de todos los grandes, medianos y regulares jugadores de golf. Se metió en el bolsillo a los americanos por su audacia, su intuición y su genialidad. El golf en España es obra suya, cosa suya, intransferible.

En los verdes enfrentados de su jardín de Pedreña van a ser esparcidas sus cenizas. Cenizas de oro. Por allí restarán para siempre, hincadas entre las hojas de sus robles, formando parte de la raíz de sus prados. Otra parte de sus restos, el viento, esta vez bondadoso, llevará hasta el Puntal y la mar azul o gris de la bahía, que también la tradición remera y triunfadora de la trainera de Pedreña merece guardar el polvo del mejor de sus hijos. Hoy, Santander es conocida en todo el mundo por el Banco, y Pedreña por Severiano. Bahía universal. Sólo cincuenta y cuatro años le regaló Dios para vivir. ¡ Y lo que consiguió! Hoy, las pedreñeras van y vienen, como siempre ha sido, pero ya no las puede mirar Seve. Navegan sobre sus cenizas. Sobre su espíritu. El espíritu, la sombra, el alma del más grande.

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