miércoles, 1 de junio de 2011

El terror español

José Antonio Martínez-Abarca en Libertad Digital

Cierto líder austríaco supremacista cuya chupipandi de cabezas semirrapadas decía llamarse "Partido Liberal" (se ve que los liberales austriacos deben ser tan recomendables como sus homónimos alemanes cuando uno se los encuentra en un callejón oscuro) entró hace unos años en el corazoncito de las leídas masas de su país señalando con gesto bíblico, igual que ahora ha hecho una émula democristiana con nuestros pepinos en Hamburgo, un bote de yogur fabricado en España. Con esa cosa del comercio y los excesos capitalistas, bramó Jörg Haider (que así se llamaba el liberal), entran a nuestras tiendas nada menos que productos españoles, los cuales contienen colorante procedente de esos bichitos llenos de patitas, las cochinillas. Que aunque mataban mucho menos que la bacteria E.coli, daban un poco de asco. España, ya se sabe.

Haider sabía cómo excitar el imaginario colectivo. La sana juventud del país natal de Hitler amenazada por oscuras maldiciones procedentes del sur, unos yogures. Como si hubiesen sido unos pepinos. Esto es un clásico entre las mentes de la Europa culta, que desde el siglo XIX ha fabricado medio subgénero de la literatura terrorífica con este argumento: la normalidad profanada por alguna anomalía incomprensible procedente de lugar exótico, por ejemplo España. El éxito de Haider entre el público austríaco fue inmediato, como también ha sido inmediato el éxito de la señora democristiana alemana que nos señaló con el dedo, dicen que sin querer. Desde la célebre pandemia de "gripe española", que no fue española pero que mató a unos cuantos millones de tipos, había pasado bastante tiempo y ya tocaba propalar otro cuento de terror sobre España.

Es decir, que la alarma del pepino contaba con la susceptibilidad de la Europa desarrollada hacía eso que Juan-Jacobo Rousseau llamaba "el último país con auténtico carácter" del continente (que este pájaro nos elogiara es más bien algo inquietante), como también contaba con ello aquel sensacionalismo, tan productivo, del tal Haider. La acusación sin datos sobre el bichito E.coli, uno de esos tan pequeños que si se cae de la mesa se mata, que hubiese dicho aquel ministro ucedeo Sancho Rof, ¿ha sido una inconmensurable torpeza de la ministra de Salud hamburguesa, Cornelia Prüfer-Storks, o se trata de alguna estrategia comercial? Porque si doña Cornelia lo hubiese hecho a propósito, no podría haber hundido más el sector... tal vez en beneficio de otros. Doscientos millones de euros perdidos por semana en hortalizas no me creo que sean cosa de un mero exceso verbal de una política de provincias. No produce la misma psicosis decir que una bacteria alimentaria proviene de España que de Alsacia-Lorena. Por eso el temor a los pepinos se ha extendido a cualquier cosa procedente de nuestro país... cuando se deja entrar a Europa, en ventajosísimas condiciones, el harto más sospechoso tomate marroquí, cuyo mayor control higiénico debe ser algún miembro del Grupo Salafista para la Predicación y el Combate que los va limpiando uno a uno con la barba.

No hay comentarios: