Eentre las notas póstumas de un Saint-Just que se sabe ya abocado a su final trágico, figura ésta, que da la clave mayor de las tormentas políticas venideras: «La libertad del pueblo está en su vida privada; no la perturbéis». Allá donde el Estado invade el espacio privado, la democracia agoniza. Allá donde lo legisla, nace la dictadura.
La semana pasada quintaesenció esa tentación, que es la «corrección» política de lo privado. Un alcalde grosero y dos buenos escritores han servido de escaparate; también de laboratorio para lo más peligroso: la pretensión gubernamental de dictar cánones éticos y lingüísticos.
(...)
Lo de Dragó es bastante más alarmante. (...) Tengo ese libro de la editorial Áltera aquí delante. Páginas 164-165. Que relatan «una partida de ping-pong» en la cual dos adolescentes niponas le toman guasonamente el pelo a un guiri con ganas y lo dejan en estado de calentón inconsumado. Hasta le dan un número de teléfono falso para que contacte con ellas al día siguiente. El guiri sabe que ha hecho el ridículo. Y a ese autoburlesco avatar se reduce la aventura. ¿Era tan difícil constatar la falsificación, leyendo esa página y media? Pues debía serlo, porque nadie lo hizo. Cosas de la LOGSE.
Todo vale hoy para destruir al adversario. Y todo cuela; eso es lo grave. Todo. Cuando ha muerto Saint-Just: «La libertad del pueblo está en su vida privada; no la perturbéis».
No hay comentarios:
Publicar un comentario