Lo que ocurre en Cataluña no es normal. No es ya que por gracia de treinta años de nacionalismo rampante con la charlotada tripartita de colofón, la realidad virtual de Cataluña, antes de cierta sofisticación, haya devenido un proyecto sedicentemente independentista de tintes grotescos abanderado por personajes de tan escaso fuste como el presidente-bachiller. Es que, aunque lo intentaran, las instituciones catalanas y sus responsables son ya incapaces de ofrecer una mínima sensación de seriedad en cualquiera de los órdenes.
El ejemplo de la Iglesia catalana no puede ser más ilustrativo del estado de desfonde ético y estético que atenaza a las instituciones controladas por el nacionalismo separatista, valga la redundancia. Martínez Sistasch es, a estos efectos, el paradigma del nacionalista esquizofrénico que debe compatibilizar su fe en dos religiones contrapuestas: la inmanentista que busca sus frutos en la independencia del terruño, y la trascendente, cuyo jefe rinde visita a la zona este fin de semana, con un "libro de estilo" corporativo que condena el totalitarismo nacionalista por ir contra la libertad del ser humano y el espíritu universal de la catolicidad.
El cardenal nacionalista tiene el dudoso honor de ser el prelado que con más intensidad y en menos tiempo ha destrozado a la Iglesia católica en las diócesis bajo su mando. Aupado a los altos escalones de la curia gracias al apoyo de ciertos sectores muy influyentes en la Iglesia, nacionalistas en lo político y heréticos en lo doctrinal, el rebaño pastoreado por Sistasch ha superado ampliamente los disparates más lamentables protagonizados por los progres meapilas desde el Concilio Vaticano II. Gracias a la gestión de este Príncipe de la Iglesia, prácticamente todos seminarios, cenobios y claustros catalanes pueden ser cerrados porque andan vacíos desde hace varios años, al igual que decenas de parroquias desangeladas a cuyas misas ya no acude ni Dios, probablemente porque prefiere el latín al catalán.
El asunto es tan delirante que los protegidos del cardenal arzobispo de Barcelona organizan un boicot a la visita del jefe de la Iglesia a la cual supuestamente pertenecen. Martínez Sistasch calla, tal vez porque ha estado enormemente preocupado intentando convencer a unas centenas de católicos nacionalistas para que actúen como voluntarios durante la visita de Benedicto XVI. Cómo serán de feraces las viñas sistachenses, que el líder espiritual de la Iglesia Catalana (Don Lluís afirma sin que el solideo le salga disparado que esta Iglesia existe, aparentemente independiente de la romana), tuvo que remangarse el ropaje talar y salir disparado a la academia de los Mossos de Esquadra para reclutar a mil agentes del comunista Saura con el fin de cubrir las plazas previstas desde un principio, tan desiertas como una Iglesia barcelonesa al mediodía de un domingo cualquiera.
Y dejamos lo mejor para el final; la carta que un grupo muy sistachense de católicos ha enviado al pintoresco "cardenal arquebisbe" solicitando al Papa, válgame Dios, ¡la beatificación de Lluís Companys!, súplica que se formula en atención a su defensa heroica de la fe y los desvelos del líder de la izquierda republicana en el cuidado del rebaño católico en momentos convulsos durante los que, incluso, tuvo que proclamar la República Catalana dando un golpecito de estado para evitar males mayores. Companys, sí, el sicópata que se jactaba de no poder detener a ningún cura o monja a finales de la guerra porque en Cataluña no había dejado ni uno vivo, que los sistachitos más desnortados quieren elevar a los altares. Sólo espero que Montilla se sume a la petición y ofrezca para su buen fin el sacrificio de caminar de rodillas detrás de Ratzhinger mientras dure su visita a Cataluña. San Lluís Companys merece contemplar esa escena. Nosotros también.
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