En mayo de 1894, el metafísico Nicolás Salmerón sostenía en el Congreso que era absurdo enviar misioneros a Marruecos, pues así se excitaba el odio de los hijos de Mahoma, de las kábilas rifeñas, al recordarles la lucha de la Cruz y la Media Luna. Un irónico Vázquez de Mella le apostilló raudo, entre risas de los diputados, aquel famoso “…enviaremos krausistas”.
El activismo anticlerical anticatólico ha vuelto a salir del armario con todo su vigor y la prensa se atropella para jalear las protestas de tan entregados como ingenuos y trasnochados talibanes, que en su odio patológico se envalentonan ante una Iglesia en recesión, pero prefieren ignorar el verdadero peligro, al que respetan porque temen o apoyan. Y así nada les alarma el incremento de mezquitas y oratorios islámicos en Cataluña, favorecido por el odio a lo español de unos políticos secesionistas que han relegado la inmigración hispana para preferir la musulmana, más dispuesta, al parecer, a dejarse catalanizar.
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